lunes, 20 de enero de 2014

                                           EL PUENTE DE MCCARTHY

El Puente sobre el Río Kwai es una coproducción británico-estadounidense basada en la novela homónima de Pierre Boulle y famosa por lo escandaloso de su propaganda pro-británica.



Durante la Segunda Guerra Mundial unos prisioneros británicos reciben la orden de los japoneses de construir en plena selva un puente de ferrocarril sobre el río Kwai, en Tailandia. El coronel Nicholson (Alec Guinness), que está al frente de los prisioneros, rehúsa hacerlo aludiendo la Convención de Ginebra, que prohíbe el trabajo forzado de oficiales. El comandante japonés Saito (Sessue Hayakawa) desprecia la actitud del coronel Nicholson y lo obliga a permanecer formado a pleno sol, junto al resto de oficiales. Luego de sufrir el encierro en una choza de metal, el coronel es liberado, para júbilo de los soldados prisioneros. El coronel Saito decide continuar con la construcción, pero fracasa. Nicholson que es un típico oficial británico que busca una forma de elevar la moral y las condiciones físicas de sus hombres, ve el puente como una forma de conseguirlo, teniéndoles ocupados en la construcción y sintiéndose orgullosos de la obra. Logra convencer con argumentos técnicos a Saito, quien forzado por el atraso, acepta. Los prisioneros, que habían tratado de boicotear de muchas formas la construcción del puente, reciben la orden de Nicholson de colaborar. Por su parte, un mayor estadounidense, Shears (William Holden), prisionero en el mismo campo, sólo piensa en huir. Lo consigue y logra llegar a las líneas aliadas. En contra de su voluntad, vuelve unas semanas más tarde guiando a una unidad de comandos británicos, bajo las órdenes del mayor Warden (Jack Hawkins), cuya misión es volar el puente construido por los prisioneros, antes de que pase el primer tren japonés, cortando así la línea del ferrocarril, vital para el transporte de suministros del ejército Japonés.

Sutil como un ariete...

La relación amor-odio entre los dos protagonistas es sin duda lo mejor del film, con momentos de auténtica locura en los que bordan sus respectivos personajes. Como también lo es los soldados silbando la hiper-famosa canción... uno de los grandes momentos de la historia del cine, sin duda.
El talón de Aquiles reside en su exagerado patrioterismo... que, unido a ese desprecio a la cultura e idiosincrasia nipona, acaba convirtiendo la peli de Lean, a su vez, en un auténtico monumento a la arrogancia, a la intransigencia, al fanatismo, a la xenofobia y -por qué no decirlo- al imperialismo británico.

Es una pena. Había guardado este título para verlo en el momento adecuado, y me ha decepcionado profundamente por la jodida propaganda, que trata al espectador directamente como un gilipollas en potencia.




           EUROPA, EN TREN POR LA EXPERIMENTACIÓN.



 Film experimental del director alemán Lars von Trier del año 1991 sobre un chico americano, de origen alemán, que vuelve a Alemania para ayudar en su reconstrucción. Allí se ve relacionado con una familia con un oscuro pasado. Las tres claves en esta película son su estética de iluminación (clave baja, casi teatral), el uso que hace del color y los recursos de pantalla utilizados.

Navegando por los planos…

Durante el visionado podemos ver algunos cambios de analogía de forma (por ejemplo, pasamos de la parte delantera de la locomotora, circular, a la cara de la protagonista, también circular). Los encuadres son muy teatrales, grandes planos generales, reservando los primeros planos para los movimientos internos de los personajes (en la escena de la mesa en casa de la familia es un plano secuencia alrededor que nos deja ver a todos los personajes y en la que nos muestra siempre quien es el importante en ese momento). La escenografía es eminentemente narrativa y altamente experimental, la acción sucede en los vagones mientras que en el exterior, el fuera de campo, nos trasmite la información histórica.
Es en los códigos de pantalla donde el director más rompe las reglas, ya que proyecta imágenes dentro de la propia película, creando varios planos en uno solo y así resaltar hechos importantes para la historia, mostrando de este modo la dualidad de los personajes, realidades oníricas o simplemente visiones (por ejemplo, cuando el protagonista decide parar el tren a cualquier precio y comienza a disparar con un arma, tenemos un plano en blanco y negro de él y otro, más en color de sus ojos para escenificar correctamente su caída en la locura).



¿Quién mueve los hilos de las marionetas?

Uno de los aspectos más interesantes de esta obra del director alemán (con una extraña relación amor-odio con su país) es el papel que otorga al narrador. Es como un dios, en la historia, la cuenta e influye en ella, dice lo que ya pasó y lo que ocurrirá, maneja la narración y tira de los hilos de los personajes, le da las ordenes al protagonista sobre lo que tiene que hacer y este nunca tiene la opción de cambiar la historia. A este tipo de narrador se le puede llamar Polidiegético. Ayuda a organizar la información para
facilitar su entendimiento por parte del espectador y habla siempre en segunda persona, excepto cuando quiere describir los hechos que ocurren fuera del vagón o históricos de la posguerra alemana. Al no hablar en pasado sino en futuro no se le puede considerar un narrador omnisciente.

sábado, 11 de enero de 2014

                                           
                                             DOCE AÑOS DE ESCLAVITUD





El cineasta británico Steve McQueen ha sido uno de los grandes agraciados en las recientemente anunciadas candidaturas a los Globos de Oro de este año con su última película, la esperada 12 años de esclavitud, logrando hasta siete nominaciones -las mismas que American Hustle deDavid O. Russell- en las categorías de Mejor dramaMejor directorMejor actor dramático para Chiwetel EjioforMejor actor de reparto para Michael FassbenderMejor actriz de reparto para la debutante Lupita N’YongoMejor guión obra de John Ridley y Mejor banda sonora del ya veterano y talentoso compositor alemán Hans Zimmer. Esto sólo viene a consolidar la consensuada opinión de la crítica cinematográfica internacional, ya entregada a Steve McQueen por su excelente trabajo en sus dos únicos largometrajes anteriores, su interesante ópera prima Hunger, premiada en el Festival de Cannes de 2008, y la alabada Shame, con la cual su intérprete protagonista, nuevamente el irlandés Michael Fassbender, fetiche del director de 12 años de esclavitud, lograría en 2011 la Copa Volpi al Mejor actor en el Festival de Venecia.
Esta tercera incursión en el celuloide de Steve McQueen lleva colgada el siempre atractivo cartel de “basada en hechos reales”, resultando en la práctica una adaptación a la gran pantalla de la historia de Solomon Northup, un músico negro residente en Nueva York, nacido libre en 1808 y convertido en esclavo en el año 1841 después de ser secuestrado y vendido para trabajar en una plantación de Louisiana. Este sólo sería el comienzo de su terrible odisea personal, su descenso a un infierno de penurias, violencia y todo tipo de abusos, pero también el de una lucha por sobrevivir y mantener viva la esperanza de recobrar su pérdida libertad y regresar al lado de su familia. El relato de Solomon Northup sería ya adaptado a la pequeña pantalla en 1984 por Gordon Parks pero Steve McQueen conocería esta cruda y dura historia de primera mano, investigando a propósito del tema de la esclavitud, una realidad con la que se sentía comprometido al ser sus antepasados descendientes de antiguos esclavos africanos y sobre la que estaba documentándose por su interés en abordarla en su próxima producción.
La necesidad de contar los 12 años de esclavitud de Solomon Northup se convertiría casi en una obsesión para Steve McQueen, una epopeya que el director equipara con el Diario de Ana Frank por la intensidad de su relato y su simbolismo, logrando finalmente no sólo sacarla adelante sino también contar con un reparto de lujo formado por nombres como Chiwetel EjioforBenedict CumberbatchPaul DanoPaul GiamattiLupita Nyong’oSarah PaulsonBrad Pitt y, por supuesto, con Michael Fassbender poniendo la guinda. Esta profusión de caras conocidas ya por sí misma significa todo un aliciente para darle una oportunidad a esta producción, una película centrada en un tema siempre importante y delicado, escasamente profuso en el cine de Estados Unidos pese a su trascendencia histórica, aunque sí habitual, por ejemplo, en la filmografía de un director como Steven Spielbergque ha abordado la cuestión desde todos los puntos de vista posibles en títulos como El Color Púrpura, la infravalorada Amistad o la más reciente Lincoln. Para Steve McQueen la cosa no puede estar más clara,“Hollywood tiene miedo a hablar de la esclavitud porque sienten vergüenza”, una afirmación parecida a la realizada por Quentin Tarantino el año pasado cuando estaba en boca de todos por Django Desencadenado con la que ganaría el premio Oscar al Mejor Guión Original y serviría en bandeja a Christoph Waltz su segunda estatuilla al Mejor Actor de Reparto.



Pero la propuesta de Steve McQueen en 12 años de esclavitud elude las espesas disputas políticas y legales tratadas habitualmente en el cine de Steven Spielberg y, por supuesto, también evita cualquier ejercicio cinematográfico bizarro como el visto en Django Desencadenado; el director británico busca ir al corazón ético y moral de la esclavitud pero no por el camino más corto, pese a presentarnos una historia no recomendada para lacrimales sensibles, reviste hábilmente la historia de unos interesantes matices, dualidades, contradicciones y condicionantes a los que se encadenan sus personajes. De esta manera, en 12 años de esclavitud hay una gran galería de villanos y monstruos, pero con una profundidad muy humana en la mayoría de los casos, mientras los héroes son simplemente seres humanos, supervivientes y resignados; Steve McQueen pone de relieve sus almas a base de latigazos y vemos las diferentes capas de dolor, vergüenza, humillación y egoísmo con las que están confeccionados. La fotografía de la película, encargada a Sean Bobbitt, resulta sórdidamente bella para el tema tratado, funciona muy bien como cómplice de la cámara de Steve McQueen tan bien enfocada en los pequeños detalles, siempre dejando hablar a sus personajes, con un relato de ritmo ágil y sin intromisiones de estilo más allá de una pequeña sucesión de flashbacks diseminados por el metraje para reforzar algunas sensaciones y sentimientos.
Pero, por si esto fuera poco, Steve McQueen cuenta en 12 años de esclavitud con un gran aliado, la banda sonora confeccionada por Hans Zimmer, posiblemente uno de los mejores trabajos de la carrera de este artista, entendiendo el relato de tal manera que se convierte en un elemento indispensable para la narrativa de la película; su partitura remarca de forma inteligente los momentos más crueles y descarnados de una manera casi inquietante, resulta triste y melancólica cuando debe serlo y los personajes lo necesitan y deja al espectador respirar y pensar con sus silencios cuando debe hacerlo. El efecto resulta más potente por la habilidad de la película para ponernos en la piel de su protagonista, un estupendo Chiwetel Ejiofor que lejos de acostumbrarse al rol secundario en el que lo hemos visto en películas como American Gangster de Ridley ScottHijos de los Hombres de Alfonso CuarónSerenity de Joss Whedon o la citada Amistad de Steven Spielberg que también sería su debut en la interpretación, hace totalmente suya la pantalla, encauzando una interpretación sorprendentemente plástica y conectada con la parte técnica y visual de la película. El actor británico, en el papel de su vida, crea un personaje de gran fuerza y contención a lo largo de todo el metraje, habla no sólo con palabras, también mediante sus gestos y sus miradas, evolucionando y perfilando su caracterización en cada una de las desasosegantes etapas del relato.
El resto del reparto también brilla a gran nivel, aunque esto es de esperar con actores tan solventes como Michael Fassbender o Benedict Cumberbatch, las dos caras de una misma moneda, cada uno construyendo su personaje con grandes dosis de aplomo y energía bien encauzada, aunque acaben necesitando del complemento, o la réplica, de unos despiadados y descorazonados Paul GiamattiPaul Dano y Sarah Paulson, y mientras Brad Pitt hace acto de presencia como una especie de “voz de la conciencia”. No obstante, a pesar de tanta cara conocida, destaca por encima de estos la interpretación de una primeriza Lupita Nyong’o, una actriz que no se amilana en su primera participación en una producción de este tipo y logra acongojar y emocionar al espectador con algunas de las escenas más dramáticas del filme. En todo caso, este marcado componente dramático, sumado al desbordante y medido ritmo imprimido por Steve McQueen a la película, pierde algo de fuelle precisamente por su capacidad para mantenernos en todo momento en tensión porque, como se suele decir, la víctima se acaba acostumbrando al látigo. Esto podría acabar por hacer interpretar al espectador 12 años de esclavitud como una propuesta más convencional de lo necesario, pero nada más lejos de la realidad, el valor real de esta es la cotidianidad con la que se atreve a abordar el tema de la esclavitud, sus raíces, consecuencias y brutal humanidad.