DOCE AÑOS DE ESCLAVITUD
El cineasta británico Steve McQueen ha sido uno de los grandes agraciados en las recientemente anunciadas candidaturas a los Globos de Oro de este año con su última película, la esperada 12 años de esclavitud, logrando hasta siete nominaciones -las mismas que American Hustle deDavid O. Russell- en las categorías de Mejor drama, Mejor director, Mejor actor dramático para Chiwetel Ejiofor, Mejor actor de reparto para Michael Fassbender, Mejor actriz de reparto para la debutante Lupita N’Yongo, Mejor guión obra de John Ridley y Mejor banda sonora del ya veterano y talentoso compositor alemán Hans Zimmer. Esto sólo viene a consolidar la consensuada opinión de la crítica cinematográfica internacional, ya entregada a Steve McQueen por su excelente trabajo en sus dos únicos largometrajes anteriores, su interesante ópera prima Hunger, premiada en el Festival de Cannes de 2008, y la alabada Shame, con la cual su intérprete protagonista, nuevamente el irlandés Michael Fassbender, fetiche del director de 12 años de esclavitud, lograría en 2011 la Copa Volpi al Mejor actor en el Festival de Venecia.
Esta tercera incursión en el celuloide de Steve McQueen lleva colgada el siempre atractivo cartel de “basada en hechos reales”, resultando en la práctica una adaptación a la gran pantalla de la historia de Solomon Northup, un músico negro residente en Nueva York, nacido libre en 1808 y convertido en esclavo en el año 1841 después de ser secuestrado y vendido para trabajar en una plantación de Louisiana. Este sólo sería el comienzo de su terrible odisea personal, su descenso a un infierno de penurias, violencia y todo tipo de abusos, pero también el de una lucha por sobrevivir y mantener viva la esperanza de recobrar su pérdida libertad y regresar al lado de su familia. El relato de Solomon Northup sería ya adaptado a la pequeña pantalla en 1984 por Gordon Parks pero Steve McQueen conocería esta cruda y dura historia de primera mano, investigando a propósito del tema de la esclavitud, una realidad con la que se sentía comprometido al ser sus antepasados descendientes de antiguos esclavos africanos y sobre la que estaba documentándose por su interés en abordarla en su próxima producción.
La necesidad de contar los 12 años de esclavitud de Solomon Northup se convertiría casi en una obsesión para Steve McQueen, una epopeya que el director equipara con el Diario de Ana Frank por la intensidad de su relato y su simbolismo, logrando finalmente no sólo sacarla adelante sino también contar con un reparto de lujo formado por nombres como Chiwetel Ejiofor, Benedict Cumberbatch, Paul Dano, Paul Giamatti, Lupita Nyong’o, Sarah Paulson, Brad Pitt y, por supuesto, con Michael Fassbender poniendo la guinda. Esta profusión de caras conocidas ya por sí misma significa todo un aliciente para darle una oportunidad a esta producción, una película centrada en un tema siempre importante y delicado, escasamente profuso en el cine de Estados Unidos pese a su trascendencia histórica, aunque sí habitual, por ejemplo, en la filmografía de un director como Steven Spielbergque ha abordado la cuestión desde todos los puntos de vista posibles en títulos como El Color Púrpura, la infravalorada Amistad o la más reciente Lincoln. Para Steve McQueen la cosa no puede estar más clara,“Hollywood tiene miedo a hablar de la esclavitud porque sienten vergüenza”, una afirmación parecida a la realizada por Quentin Tarantino el año pasado cuando estaba en boca de todos por Django Desencadenado con la que ganaría el premio Oscar al Mejor Guión Original y serviría en bandeja a Christoph Waltz su segunda estatuilla al Mejor Actor de Reparto.
Pero la propuesta de Steve McQueen en 12 años de esclavitud elude las espesas disputas políticas y legales tratadas habitualmente en el cine de Steven Spielberg y, por supuesto, también evita cualquier ejercicio cinematográfico bizarro como el visto en Django Desencadenado; el director británico busca ir al corazón ético y moral de la esclavitud pero no por el camino más corto, pese a presentarnos una historia no recomendada para lacrimales sensibles, reviste hábilmente la historia de unos interesantes matices, dualidades, contradicciones y condicionantes a los que se encadenan sus personajes. De esta manera, en 12 años de esclavitud hay una gran galería de villanos y monstruos, pero con una profundidad muy humana en la mayoría de los casos, mientras los héroes son simplemente seres humanos, supervivientes y resignados; Steve McQueen pone de relieve sus almas a base de latigazos y vemos las diferentes capas de dolor, vergüenza, humillación y egoísmo con las que están confeccionados. La fotografía de la película, encargada a Sean Bobbitt, resulta sórdidamente bella para el tema tratado, funciona muy bien como cómplice de la cámara de Steve McQueen tan bien enfocada en los pequeños detalles, siempre dejando hablar a sus personajes, con un relato de ritmo ágil y sin intromisiones de estilo más allá de una pequeña sucesión de flashbacks diseminados por el metraje para reforzar algunas sensaciones y sentimientos.
Pero, por si esto fuera poco, Steve McQueen cuenta en 12 años de esclavitud con un gran aliado, la banda sonora confeccionada por Hans Zimmer, posiblemente uno de los mejores trabajos de la carrera de este artista, entendiendo el relato de tal manera que se convierte en un elemento indispensable para la narrativa de la película; su partitura remarca de forma inteligente los momentos más crueles y descarnados de una manera casi inquietante, resulta triste y melancólica cuando debe serlo y los personajes lo necesitan y deja al espectador respirar y pensar con sus silencios cuando debe hacerlo. El efecto resulta más potente por la habilidad de la película para ponernos en la piel de su protagonista, un estupendo Chiwetel Ejiofor que lejos de acostumbrarse al rol secundario en el que lo hemos visto en películas como American Gangster de Ridley Scott, Hijos de los Hombres de Alfonso Cuarón, Serenity de Joss Whedon o la citada Amistad de Steven Spielberg que también sería su debut en la interpretación, hace totalmente suya la pantalla, encauzando una interpretación sorprendentemente plástica y conectada con la parte técnica y visual de la película. El actor británico, en el papel de su vida, crea un personaje de gran fuerza y contención a lo largo de todo el metraje, habla no sólo con palabras, también mediante sus gestos y sus miradas, evolucionando y perfilando su caracterización en cada una de las desasosegantes etapas del relato.
El resto del reparto también brilla a gran nivel, aunque esto es de esperar con actores tan solventes como Michael Fassbender o Benedict Cumberbatch, las dos caras de una misma moneda, cada uno construyendo su personaje con grandes dosis de aplomo y energía bien encauzada, aunque acaben necesitando del complemento, o la réplica, de unos despiadados y descorazonados Paul Giamatti, Paul Dano y Sarah Paulson, y mientras Brad Pitt hace acto de presencia como una especie de “voz de la conciencia”. No obstante, a pesar de tanta cara conocida, destaca por encima de estos la interpretación de una primeriza Lupita Nyong’o, una actriz que no se amilana en su primera participación en una producción de este tipo y logra acongojar y emocionar al espectador con algunas de las escenas más dramáticas del filme. En todo caso, este marcado componente dramático, sumado al desbordante y medido ritmo imprimido por Steve McQueen a la película, pierde algo de fuelle precisamente por su capacidad para mantenernos en todo momento en tensión porque, como se suele decir, la víctima se acaba acostumbrando al látigo. Esto podría acabar por hacer interpretar al espectador 12 años de esclavitud como una propuesta más convencional de lo necesario, pero nada más lejos de la realidad, el valor real de esta es la cotidianidad con la que se atreve a abordar el tema de la esclavitud, sus raíces, consecuencias y brutal humanidad.
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